La fábula del Águila y Para Nacer, primero hay que Morir.

 

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Para Nacer... primero, hay que Morir
(2008)
 
 
Para nacer, primero hay que morir. No es al revés.

Cuando nacemos en este plano terrenal, abandonamos lo que es nuestro verdadero hogar, donde la luz lo invade todo, donde el espíritu está en plenitud y nos habla, sabemos escuharle, donde reside la verdad.

Cuando nacemos, nos incorporamos a un cuerpo material y determinados aspectos de nuestro espíritu deben quedar relegados por la adaptación a una situación material, mucho más densa.

Esta adaptación es una crisis que vive el bebé cuando nace, una crisis muy fuerte junto con las sensaciones de un cuerpo que desconoce, con unos sentidos que no cotrola, con unos impactos muy fuertes que, en ocasiones, siente le agreden.

A medida que van pasando los días, los meses, los años... va adaptándose hasta el punto que parece que el origen de su ser fue cuando nació y finalizará cuando muera en el mundo, ya no hay conocimiento de más, está adaptado plenamente para poder vivir en plenitud en este mundo de manera más cómoda.

Sus tareas le invaden hasta el punto que puede olvidar el espíritu y permanecer así hasta el día de su muerte física. Aunque, si olvida su espíritu, su existencia quedará a medias como si le faltara por desarrollar un sentido, como si fallara algo en su sensibilidad y la manera de interrelacionarse con los demás, el mundo.

Lo que no sabe es que a lo largo de su vida tendrá muertes y nuevos nacimientos, porque el espíritu se lo pide. Y si no reconoce su espíritu, será una tortura sin sentido.

Cuando está listo para cerrar una etapa de su vida e iniciar una nueva, aparece una muerte que según nuestro nivel de dependencia o apego hacia la vieja etapa es más o menos dolorosa a nivel de intensidad.

Esta muerte conlleva muchas veces al sufrimiento, soledad, llanto, desorientación, rabia, sentimiento tremendo de injusticia... hasta que se agota el proceso de duelo y ya estamos listos para volver a nacer. Naceremos, entonces de nuevo, como un bebé hermoso y poco a poco, experimentaremos ansias por avanzar como hacen los niños, a veces, que ya quieren caminar, ya quieren correr y todavía es temprano porque físicamente no es posible.

Esta muerte de la vieja etapa es un entreno de la muerte que tendremos al final de nuestra vida terrenal, es como el entreno para un gran partido de fútbol.

Los que trabajamos con homeopatía sabemos acompañar estos procesos con remedios que nos van dando pistas muy claras de cómo se siente la persona en ese momento y hacernos cargo de la envergadura integral del momento.

En la muerte hay mucho dolor por lo que se deja atrás y miedo por lo que se encontrará adelante, si hay algo más. El proceso viene acompañado por bloqueos que la persona ha ido acumulando a lo largo de la vida a través de sus propias muertes que muchas veces las ha evitado y ha permanecido de forma anquilosada en una etapa durante años y años cuando en realidad pedía renacer.

Cuando estamos cerca de un moribundo, nos puede parecer que hay una lucha en él, una especie de ajuste de cuentas con el pasado, con la vida... por ahí pasa de manera clara como lo fue en su presente, todas las situaciones que ha vivido y la gente con quien trató, lo contraponen nuevamente ante situaciones complicadas que determina como balancea el asunto. Es y será el único juez, el más severo que tendrá jamás. Así ocurre en todas nuestras muertes.

Es importante, por lo tanto, vivirlas a lo largo de la vida y no esquivarlas, son enseñanzas básicas para nosotros y fundamentales para que nuestro espíritu pueda manifestarse en nuestra existencia y podamos hacer un camino de crecimiento psíquico-emocional como pactamos antes de venir a este mundo.

Cuando la pareja nos abandona, la muerte de un ser querido, la pérdida de un amigo, un viaje sin retorno de una persona amada, cualquier circunstancia que nos lleve a un duelo debería vivirse y sacar a la luz para aprender del dolor. Para aprender a reconocer la barrera entre el dolor y nuestro sufrimiento, para conocer mejor lo que hemos sido, quienes somos, lo que queremos y a donde vamos, lo que supone la situación el porqué y básicamente, qué hemos aprendido viéndonos como constructores de nuestra vida, dejando atrás, en la medida de lo posible nuestro rol de víctimas.

Sólo con la muerte podremos volver a nacer y vivir en plenitud. Nacer quiere decir ir hacia delante en un estímulo infinito que no tiene días, no tiene tiempo ni espacio.


(A mi amiga y paciente Cris... y te llevó a un buen nacer).

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